SOLO LOS MUERTOS CONOCEN BROOKLYN


El invierno de nuestro descontento se ha vuelto ya glorioso por este mes de mayo, y toda la desolación que pesaba sobre nuestras almas yace en el fuego verde y esplendente de la primavera.

Somos los muertos, ¡ah! Tiempo ha que nos ahogamos, y ahora caminamos a tientas por los fondos marinos de un mundo sepultado. Somos los ahogados, nos arrastramos ciegos, caminamos a tientas, sin ojos y chupamos sin preocuparnos por nada. Nos agazapamos en las entraƱas de la selva y desde allĆ­ saltamos, mientras los cielos inmensos y hĆŗmedos se curvan sobre nosotros, desolados,y nuestra carne es gris.

Estamos perdidos, Ɣtomos sin ojos de las entraƱas de la selva, caminamos a tientas, nos arrastramos y saltamos ciegos, solo con nuestras antenas: no tenemos otra forma.

No hay bicho viviente que conozca Brooklyn de cabo a rabo (solo los muertos conocen Brooklyn de cabo a rabo) porque hace falta toa una vida solo pa’ encontrar el camino, cuando anda uno por esa maldita ciudad (solo los muertos conocen Brooklyn de cabo a rabo, y hasta los muertos se enzarzan en porfĆ­as por cómo estĆ” hecha esa telaraƱa de selvĆ”tica desolación que es Brooklyn de cabo a rabo).

AsĆ­ que, como iba diciendo: estoy esperando que llegue mi tren cuando veo a ese tĆ­o grande como mayo ahĆ­ plantao, y me doy cuenta de que es la primera vez que le oteo. Bueno… tiene pinta de desquiciao, ya sabes, y veo que se ha puesto bien, pero bien, bien… aunque todavĆ­a se tiene derecho. No habla mal del todo y anda sin tambalearse. Y de pronto va el tĆ­o y se topa con otro, mĆ”s chico que Ć©l, que estĆ” plantao mĆ”s alante y le dice: ¿Cómo ala Dieciocho con calle Sesenta y Siete?

–JosĆŗs… –dice el pequeƱo–. Pues ahĆ­ me ha pillao, jefe. No llevo aquĆ­ mucho tiempo. ¿Adónde va? ¿A algĆŗn sitio de Flatbush o por ahĆ­?

–Nah –replica el grandón–. Voy a Bensonhoist, pero no he estao por allĆ­ en mi vida. ¿Cómo se va?

–JosĆŗs… –dice el pequeƱo rascĆ”ndose la cabeza, ya sabes: estĆ” claro que el canijo no tiene ni idea de cómo se va–. Me ha pillao, jefe. No lo he oĆ­do en mi vida. ¿SabĆ©is alguno dónde estĆ” eso? –pregunta el tĆ­o, dirigiĆ©ndose a mĆ­

–Pues claro –digo–. EstĆ” en Bensonhoist. Coja ustĆ© el expreso de la Cuarta, se baja en la calle Cincuenta y Nueve, cambia al local de Sea Beach y baja en la Dieciocho con calle Sesenta y Tres; luego baja caminando cuatro manzanas y ya estĆ”.

–¡Gowan! –sale un enterao que no he visto en mi vida–. ¿Pero quĆ© dices? –dice el enterao, mira tĆŗ quĆ© listo, mira–. ¡Pero este tipo estĆ” loco! Yo le digo cómo ir –le dice al grandón–: Hace ustĆ© transbordo en la Treinta y Seis y coge la lĆ­nea de West End –le explica–. Se baja en Noo Utrecht con la avenida DiecisĆ©is –dice–. Y camina dos manzanas… no algo mĆ”s, cuatro manzanas. Y ya estĆ”.

Vaya, un tĆ­o listo, sĆ­, ya sabes.

–¿Ah, sĆ­? –salto yo–. ¿Y tĆŗ cómo sabes todo eso? –me cabreo porque sabe mucho, y le digo–: ¿CuĆ”nto tiempo llevas viviendo aquĆ­?

–Toa mi vida –dice–. NacĆ­ en Williamsburg… asĆ­ que te puedo decir cosas de este pueblo que tĆŗ ni has oĆ­do en tu vida.

–¿Ah, sĆ­? –digo.

–Pues sĆ­ –dice.

–Bien, pues nada. Entonces me puedes contar cosas de este pueblo que naide sabe –digo–. Igual te las has inventao todas tĆŗ solito antes de irte a dormir… Las has montao como si fueran muƱequitas de papel, o cosas de esas.

–¿Ah, sĆ­? –dice–. Te crees muy listo, ¿no?

–Pues no sĆ© quĆ© decirte –digo–.TodavĆ­a no han usao mi cabeza para la estatua de Lincoln. Pero soy lo bastante listo para distinguir a un chulo cuando lo tengo delante.

–¿Ah, sĆ­? –dice–. Te crees muy listo, ¿verdad? Bueno. Tan listo que alguno te va a meter una en los morros cualquier dĆ­a, sĆ­. AsĆ­ de listo eres.

Bueno, porque ya llegaba mi tren, que si no le hubiera metido una allĆ­ mismo, pero cuando vi que venĆ­a el tren lo Ćŗnico que le dije fue:

–Venga, majo, con Dios. Siento mucho no poder quedarme a cuidar de ti, pero ya nos veremos, espero. En el cementerio.

Y entonces le digo al tiarrón, que se habĆ­a quedado allĆ­ parao to’l tiempo:

–Venga ustĆ© conmigo.

Y cuando subimos al tren, le digo:

–Iba ustĆ© a Bensonhoist, ¿no? ¿QuĆ© nĆŗmero busca? –le pregunto: pensĆ© que si me daba la dirección exacta podrĆ­a echarle una mano.

–Ah –dice el tĆ­o–. No busco a nadie. No conozco a nadie de allĆ­.

–¿Entonces a quĆ© va? –le digo.

–Ah, pues… A ver la zona –dice el tĆ­o–. Me gusta cómo suena… Bensonhoist, ya sabe. Y se me ha ocurrido ir a echar un vistazo.

–¿Se estĆ” quedando conmigo? –le digo–. ¿Me estĆ” tomando el pelo, o quĆ©?

Me parecĆ­a que el tipo se estaba pasando de listo.

–No –dice–. Le digo la verdĆ”. Me gusta ir a dar una vuelta por sitios con el nombre bonito, como ese. Me gusta salir a ver todo tipo de sitios.

–¿Y cómo ha sabido que habĆ­a un sitio que se llamaba asĆ­ –le digo– si no ha ido nunca?

–Ah –dice–. Tengo un mapa.

–¿Un mapa? –digo.

–¡Pues claro! –dice–. Tengo un mapa donde salen todos estos sitios… Lo llevo siempre que salgo.

¡JosĆŗs! Y con las mismas va el tĆ­o y se saca el mapa del bolsillo y, perdóname, asĆ­ como te lo digo: ¡que lo lleva ahĆ­, no se lo ha inventao!… Un mapa grande como mayo de todo este puƱetero sitio, con todos los caminos pintados. Marcados, no sĆ© si me entiendes… Canarsie, todo el este de Nueva York, Flatbush, Bensonhoist, Brooklyn sur, los Heights, Bay Ridge, Greenpernt… Todo el puƱetero dibujo. Lo tiene todo pintao ahĆ­, en el mapa.

–¿Y ha estao ustĆ© en todos esos sitios? –le digo.

–Pues claro –dice–. He estado en la mayorĆ­a. Anoche mismo fui a Red Hook.

–¡JesĆŗs! ¡A Red Hook! –digo–. ¿Y quĆ© pintaba ustĆ© allĆ­?

–Ah, no mucho –dice–. Estuve caminando un poco. Fui a un par de sitios y me tomĆ© una copa, pero la mayor parte del tiempo estuve caminando.

–¿Caminando y ya estĆ”? –digo.

–Claro –dice Ć©l–. Mirando las cosas… Ya sabe.

–Pero ¿adónde fue? –le pregunto.

–Ah, pues… No sĆ© cómo se llama el sitio, pero lo encontrĆ© en el mapa –dice–. Una vez iba andando por unos campos enormes donde no habĆ­a casas, pero veĆ­a los barcos todos iluminados. Estaban cargando. AsĆ­ que a veces tambiĆ©n ando por el campo, hasta donde los barcos.

–Claro –digo yo–. Ya sĆ© dónde estuvo ustĆ©. Estuvo en Erie Basin.

–Eso –dice–. AhĆ­ tuvo que ser. Tienen unas grĆŗas y unos elevadores grandĆ­simos… Y estaban cargando los barcos. Vi algunos en el dique seco, todos iluminados, asĆ­ que crucĆ© por el campo y fui hasta allĆ­.

–¿Y luego quĆ© hizo?

–Ah, poca cosa –dice–. RegresĆ© por los campos al rato. Me metĆ­ en un par de sitios a tomar una copa.

–¿Y no pasó nada mientras estuvo ustĆ© allĆ­? –le pregunto.

–No, no pasó gran cosa –dice–. Un par de tipos se mamaron en un garito y empezaron a pegarse. Los echaron, y luego uno de ellos quiso volver a entrar y el del bar sacó un bate de bĆ©isbol de debajo del mostrador y el tĆ­o se fue.

–¡JosĆŗs! –digo yo–. ¡Red Hook!

–Claro –dice–. AllĆ­ fue.

–Tiene ustĆ© que alejarse de ese sitio –le digo–. No vaya por allĆ­.

–¿Por quĆ©? –dice–. ¿QuĆ©passa?

–Bueno, pues que es mejor no acercarse a ese sitio. Es un sitio al que no hay que ir.

–¿Por quĆ©? –dice–. ¿Por quĆ© es mejor no ir?

¡JosĆŗs! ¿QuĆ© hace uno con un tĆ­o tan tonto? Ya vi que no servĆ­a de nada decirle las cosas, no sabĆ­a de quĆ© le hablaba. AsĆ­ que le dije:

–Nada, nada. Que se podrĆ­a perder ustĆ© por allĆ­.

–¿Perderme? –dice–. No, perderme no me pierdo. Tengo un mapa.

¡Un mapa, dice! ¡Que fue a Red Hook! ¡JosĆŗs!

AsĆ­ que el tĆ­o me empieza a preguntar todo tipo de cosas, de las mĆ”s locas: que cómo es de grande Brooklyn, que si yo no me pierdo cuando voy por ahĆ­, que cuĆ”nto tarda uno en conocer la zona…

–¡Oiga! –le digo–. ¿Eso se le ha ocurrido a ustĆ© solito, ahora mismo? Uno nunca conoce Brooklyn del todo. Ni en un centenar de aƱos. Yo llevo viviendo aquĆ­ toda mi vida y no conozco todo lo que hay que conocer, asĆ­ que, ¿cómo quiere ustĆ© conocerlo entero, si ni siquiera vive aquĆ­?

–SĆ­ –dice–, pero yo tengo un mapa que me ayuda a encontrar el camino.

–Ni con mapa ni sin mapa va ustĆ© a conocer Brooklyn. QuĆ© mapa ni quĆ© niƱo muerto…

–¿Sabe ustĆ© nadar? –me suelta de pronto, como el que no quiere la cosa. ¡JosĆŗs! Yo ya habĆ­a pensado que el tĆ­o estaba un poco p’allĆ”. HabĆ­a bebido bastante, desde luego, pero la locura se le veĆ­a en los ojos. Y no me gustaba. Y me lo repite:

–¿Sabe ustĆ© nadar?

–Claro –digo–. ¿Y ustĆ©?

–No –dice–. Una o dos brazadas na mĆ”s. No aprendĆ­ bien.

–Buah, es fĆ”cil –digo–. No hace falta mĆ”s que un poco de confianza. Si le digo cómo aprendĆ­ yo… Mi hermano mayor me tiró del embarcadero un dĆ­a, tendrĆ­a yo ocho aƱos. Con ropa y todo. «Ya verĆ”s cómo nadas, ya. Ya lo creo que nadas», dijo mi hermano. «O nadas o te ahogas». Y crĆ©ame que nadĆ©, ya lo creo que nadĆ©. Cuando tiĆ©s que hacer algo, lo haces. Y una vez que has aprendido, ya no te tiĆ©s que preocupar de mĆ”s. Y no se olvida. Es algo que no se olvida en los dĆ­as de tu vida.

–¿Y nada ustĆ© bien? –me dice.

–Como un pez –le digo–. Soy como un pez en el agua. AprendĆ­ a nadar en el embarcadero, con los demĆ”s chavales.

–¿Y quĆ© harĆ­a ustĆ© si viera a un hombre que se estĆ” ahogando? –dice el tĆ­o.

–¿Que quĆ© harĆ­a? Pues hombre, echarme al agua y sacarle – digo–. A ver quĆ© iba a hacer…

–¿Alguna vez ha visto ahogarse a un hombre? –dice.

–Claro –digo–. A dos tĆ­os. Y las dos veces fue en Coney Island. Se fueron muy lejos y ninguno sabĆ­a nadar. Se ahogaron antes de que pudieran sacarlos.

–¿QuĆ© pasa con la gente cuando se ahogan aquĆ­? –dice.

–¿CuĆ”ndo se ahogan dónde? –digo.

–AquĆ­, en Brooklyn.

–No sĆ© quĆ© quicir ustĆ© –le digo–. No he oĆ­do nunca que se haya ahogao nadie aquĆ­ en Brooklyn. Como no sea en una piscina… En Brooklyn no se puede ahogar uno. Tiene que ser en otro sitio. En el ocĆ©ano, que hay agua.

–Ahogados –dice el tĆ­o mirando el mapa–. Ahogados…

¡JosĆŗs! Entonces me di cuenta de que estaba loco de atar. TenĆ­a en los ojos esa mirada de loco, que… no sabĆ­a quĆ© podrĆ­a hacerme. EstĆ”bamos llegando a una estación, y no era mi parada. Pero me bajĆ© a esperar al siguiente tren.

–Bueno, jefe. Hasta otra –le digo–. Y ahora tómeselo con calma, ¿eh?

–Ahogados –dice el tĆ­o mirando el mapa–. Ahogados.

¡JosĆŗs! He pensado en ese tipo lo menos mil veces desde entonces. No sĆ© por quĆ© me dio por ir con Ć©l a Bensonhoist solo porque al tĆ­o le gustó el nombre. Un tĆ­o que iba solo por Red Hook, andando, por la noche, mirando ese mapa… ¿Que cuĆ”nta gente habĆ­a visto ahogarse en Brooklyn? ¿QuĆ© cuĆ”nto tardarĆ­a en ver un tĆ­o con un mapa todo lo que habĆ­a que ver en Brooklyn?

¡JosĆŗs! ¡QuĆ© guillao estaba! ¿QuĆ© habrĆ” sido de Ć©l? No tengo ni idea. Le habrĆ”n dao un golpe en la cabeza, o seguirĆ” dando vueltas en el metro en plena noche con su mapa. Pobre diablo. ‘Amos que cuando me acuerdo… Tengo que reĆ­rme. A lo mejor ya se ha dao cuenta de que no vivirĆ” lo suficiente para conocer todo Brooklyn. A cualquiera le llevarĆ­a toda la vida conocer Brooklyn de cabo a rabo. Y ni aun asĆ­. Ni por esas conoce uno Brooklyn del todo.

Solo los muertos conocen Brooklyn del todo.


Solo los muertos conocen Brooklyn (Only the Dead Know Brooklyn)
THOMAS WOLFE - La Vanguardia - traducción Amelia Pérez de Villar.

Publicar un comentario

0 Comentarios