Una vez por semana, los verdugos cabalgan sobre sus víctimas. No siempre es el mismo día, de lo contrario la cabalgata perdería el elemento de sorpresa que constituye uno de sus mayores atractivos; el día es elegido al azar, del mismo modo que la cabalgadura.
El ejercicio de equitación se realiza en la escalera que conduce de la primera planta de la prisión a la segunda, y en dirección ascendente. El día señalado, los verdugos irrumpen sorpresivamente en la celda de los prisioneros, eligen a aquellos que han de cabalgar, y de inmediato les colocan las capuchas negras, a fin de que no reconozcan el territorio ni los accidentes de la prueba.
Los prisioneros, empujados por sus jinetes, son conducidos hasta el borde de la escalera, y sus cabezas, bajo las capuchas, se sacuden y agitan como los caballos en la pista.
Debemos reconocer que el lugar elegido para la prueba es muy adecuado: la escalera es angosta y sombría, de cemento; los peldaños están muy distantes entre sí y lo suficientemente gastados como para que la cabalgadura, ciega, trastabille al apoyar el brazo.
Los jinetes montan a hombros de sus víctimas y si alguno resbala, la cabalgadura es duramente castigada: hay que procurar mantener el equilibrio, encajar con precisión las botas de los jinetes bajo las axilas y evitar cualquier clase de vacilación.
Una vez en fila, las cabalgaduras deben iniciar la ascensión.
Los jinetes azuzan a sus víctimas con el látigo, profieren amenazas y disputan el primer lugar, pero los obstáculos son muy numerosos y desconocidos, la ascensión se torna muy difícil.
Muchas cabalgaduras caen, otras chocan entre sí, se escuchan gritos y estertores; aquellos que consiguen subir los primeros peldaños ignoran cuántos faltan, la inclinación de la pista y la índole de los próximos obstáculos. Sucios, manchados de sangre, con los dientes quebrados consiguen reptar la escalera, pero no tienen ninguna certeza acerca del próximo paso.
Aquellos prisioneros que no han sido elegidos para esta prueba tienen, sin embargo, la obligación de animar a las cabalgaduras, y son invitados a ello por severos oficiales que presencian el ejercicio.
El jinete ganador obtiene un trofeo otorgado por el capitán, y la cabalgadura recibe un terrón de azúcar como premio.
La cabalgata”, de Cristina Peri Rossi
en La ciudad de Luzbel, 1992
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