Hernán estaba inquieto. Rodrigo tomó una hoja de papel y empezó a doblarla en varias partes. Mientras lo hacía, comenzó la historia de esa noche.
“Decían que los habitantes de Bosquedal vivían en perfecta armonía con la naturaleza. Esa conexión profunda hacia su propio mundo les estaba facilitando grandes descubrimientos científicos… pero se negaban a compartirlos con el resto del universo.
Yo formé parte del Comité Diplomático Lunar, es decir del grupo encargado de convencerlos de que lo mejor era que hicieran público su conocimiento. Formábamos el comité grandes científicos y pensadores de la Luna y la Tierra y yo, que era el chofer.
Minutos después de un aterrizaje perfecto en Bosquedal fui olvidado por mis compañeros que fueron a discutir con las brillantes mentes del planeta, dejándome a cargo del cuidado de la nave. O sea que, apenas se alejaron, me escapé para conocer los alrededores.
Yo sabía que el mar estaba cerca. El mar de Bosquedal es parecido a los mares de la Tierra, con la diferencia de que no tiene olas ni marea. Cuando no sopla viento, el Gran Mar es una enorme masa de agua inmóvil. Tenía aún algo de tiempo, así que me dirigí hacia la costa.
No sé por cuánto tiempo observé la quietud de las aguas hasta que empecé a notar que algo las perturbaba. Un nene bosqueano, a uno cuantos metros de distancia, creaba grullas de papel para luego hacerlas volar. Algunas llegaban más lejos, otras más cerca, pero inevitablemente todas caían y se deshacían en el agua. Me le acerqué.
- ¿Por qué las tirás hacia allá? Así te caen al mar.
El nene me miró, y después de un momento respondió con una sonrisa:
- Las grullas siguen volando hacia el horizonte. Lo que cae solo es el papel.”
Rodrigo le dio la grulla de papel que estaba armando a su hijo. Sabía lo que le iba a preguntar, así que agregó:
- Los científicos volvieron horas más tarde, frustrados por no haber conseguido nada. Los Bosqueanos aseguraban no haber hecho ningún descubrimiento. Es más, decían no tener científicos entre ellos.
Lucas Fulgi,
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