EL NIÑO SUICIDA


Y aunque después, Amalfitano, en la biblioteca de la universidad de Santa Teresa, encontró datos bibliográficos sobre Rafael Dieste, que confirmaron lo que ya había intuido, o le había dejado intuir don Domingo Garcia-Sabell, en el prólogo, titulado "La intuición iluminada" y donde incluso se concedía el lujo de citar en Heidegger (se gibt Zeit. Hay tiempo), durante aquel atardecer en que recurrió como un latifundista medieval su reducido fundo baldío, mientras su hija, como una princesa medieval, se acababa de maquillar ante el espejo del baño, no pudo recordar, de ninguna de las maneras, ni por qué y dónde había comprado el libro ni como éste había acabado embalado y expedido junto con otros ejemplares más familiares y más queridos rumbo en esta populosa ciudad que desafiaba en el desierto entre la frontera de Sonora y Arizona. Y entonces, justo entonces, como si fuera una pistoletazo de salida de una serie de hechos que se concatenarían con consecuencias unas veces felices y otras veces funestas, Rosa salió de casa y dijo que se iba al cine con una amiga y le preguntó si tenía clavos y Amalfitano dijo que si y escuchó cómo la puerta se cerraba de golpe y después los pasos de su hija que recorrían el camino de lajas mal cortadas hasta la minúscula puerta de madera de la calle que no le llegaba ni en la cintura y luego los pasos de su hija en la acera, alejándose en dirección a la parada del autobús y luego el motor de un coche que se encendía. Y entonces Amalfitano caminó hasta la parte delantera de su jardín estragado y estiró el cuello y se asomó a la calle y no vio ningún coche ni a Rosa y apretó con fuerza el libro de Dieste que aún sostenía en su mano izquierda. Y después miró al cielo y vio una luna demasiado grande y demasiado arrugada, pese a que aún no había caído la noche. Y luego se dirigió otra vez hacia el fondo de su jardín eesquilmado y durante unos segundos se quedó quieto, mirando a diestra y siniestra, delante y detrás, por si veía su sombra, pero aunque aún era de día y hacia el oeste, en dirección a Tijuana, aún brillaba el sol, no consiguió verla. Y entonces se fijó en los cordeles, cuatro hileras, atados, por una parte, a una especie de portería de fútbol de dimensiones más pequeñas, dos palos de no más de un metro ochenta enterrados en la tierra y un tercer palo, horizontal, claveteado en los otros por ambos extremos, lo que les concedía, además, cierta estabilidad, y del que pendían los cordeles hata unos ganchos fijados en la pared de la casa. Era el tendedero de ropa, aunque sólo vio una blusa de Rosa, de color blanco con bordados ocres en el cuello, y un par de bragas y dos toallas que todavía chorreaban. En la esquina, en un casucha de ladrillos, había la lavadora. Durante un rato se quedó quieto, respirando con la boca abierta, apoyado en el palo horizontal del tendedero. Después entró en la casucha como si le faltara oxígeno y de una bolsa de plástico con el logotipo del supermercado al que iba con su hija a hacer la compra semanal extrajo tres pinzas para la ropa, que él se empecinaba en llamar "perritos", y con ellas enganchó y colgó el libro de uno de los cordeles y después volvió a entrar en su casa sintiéndose mucho más aliviado.
La idea, por supuesto, era de Duchamp."

Ésta historia inventada por Roberto Bolaño en 2666, tiene un punto curioso, pues Bolaño cita como referencia donde encontrar el libro del sr. Dieste, la Libreria Follas Novas c/Montero Rios, 37 telefoneo 981594406 - 981594418 en Santiago de Compostela. Hechas las comprobaciones pertinentes pude constatar que el Sr. Rafael Dieste existió y era un filósofo gallego y la librería Follas Novas también, pués al llamar a uno de los teléfonos citados, se puso una chica muy agradable que me dijo que no era el primero que llamaba a causa de la novela. "Son las cosas de Roberto" dijo. Pero Roberto, desgraciadamente ya no està entre nosotros.



Rafael Dieste
Rafael Dieste escribió también cuentos, como el que os dejo a continuación:

El niño suicida 

Cuando el tabernero acabó de leer aquella noticia inquietante -un niño se había suicidado pegándose un tiro en la sien derecha- habló el vagabundo desconocido que acababa de comer muy pobremente en un rincón de la tasca marinera, y dijo:

-Yo sé la historia de ese niño.

Pronunció la palabra niño de un modo muy particular. Así que los cuatro bebedores de aguardiente, los cinco de albariño y el tabernero se callaron y escucharon con gesto inquisidor y atento.

-Yo sé la historia de ese niño -repitió el vagabundo. Y tras una sagaz y bien medida pausa, comenzó:

-Allá por el mil ochocientos treinta, una beata que después murió de miedo vio salir del camposanto florido y oloroso de su aldea a un viejo muy viejo desnudo. Aquel viejo era un recién nacido. Antes de salir del vientre de la tierra madre había escogido él mismo esa manera de nacer. ¡Cuánto mejor ir de viejo a mozo que de mozo a viejo!, pensó siendo espíritu puro. A Nuestro Señor le chocó la idea. ¿Por qué no hacer la prueba? Y así, con su consentimiento, se formó en el seno de la tierra un esqueleto. Y después con carne de gusano, se hizo la carne del hombre. Y en la carne del hombre hormigueó el calorcillo de la sangre. Y como todo estaba listo, la tierra-madre parió. Parió un viejo desnudo.

"Cómo después el viejo encontró ropa y alimento es cosa de mucha risa. Llegó a las puertas de la ciudad y como todavía no sabía hablar, los alguaciles, después de echarle una capa encima, lo llevaron delante del juez, como si hubiesen sido testigos: Aquí le traemos a este pobre viejo que perdió el habla con la paliza que le dieron unos ladrones desaprensivos. No le dejaron ni la ropa.

"El juez dio órdenes y el viejo fue llevado a un hospital. Cuando salió, ya bien vestido y alimentado, le decían las monjitas: Va hecho un buen mozo. Hasta parece que perdió años.

"Por aquel entonces ya había aprendido a hablar algo y se hizo mendigo. Así anduvo muchas tierras. En Lourdes estuvo dos veces, la segunda tan rejuvenecido que, los que le habían conocido la primera vez, pensaron que había sido un milagro de la Virgen.

"Cuando adquirió suficiente experiencia pensó que lo mejor era mantener en secreto aquella extraña condición que lo hacía más joven cuantos más años corriesen. Así, no sabiéndolo nadie -a no ser uno o dos amigos fíeles- podría vivir mejor su verdadera vida.

"Trabajó de viejo y se hizo rico para descansar de joven. De los cincuenta a los quince años su vida fue lo más feliz que imaginarse pueda. Cada día gustaba más a las muchachas y anduvo envuelto con muchas y con las más bonitas. Y hasta dicen que una princesa... Pero de eso no estoy seguro.

"Cuando llegó a niño comenzó la vida a complicársele. Le daba miedo la sorpresa con que lo veían entrar tan libre en las tiendas a comprar golosinas y juguetes. Algún ratero de visera calada lo había seguido a veces a lo largo de muchas calles tortuosas. Y alguna vez comió sus golosinas temblando de angustia, con las lágrimas en los ojos y el almíbar en los labios. La última vez que lo encontré -tenía ocho años- estaba muy triste. ¡Cuánto pesaban en su espíritu de niño los recuerdos de su vejez!

"Luego comenzó a atosigarlo día y noche una obsesión tremenda. Cuando pasaran algunos años lo recogerían en cualquier calleja perdida. Quizá alguna señora rica y sin hijos. Después... ¡Quién sabe lo que pasaría después! La lactancia, los paseos en un carrito, con un sonajero de cascabeles en la tierna manecita. Y al final... ¡Oh! El final daba espanto. Cumplir su destino de hombre que vive al revés y refugiarse en el seno de la señora rica -puede que cuando ella durmiese- para ir allí consumiéndose hasta transformarse primero en una sanguijuela, después en un corpúsculo, y luego en pequeñísima simiente..."

El vagabundo se levantó muy pensativo, con las manos en los bolsillos, y comenzó a pasear muy amargado. Finalmente dijo:

-Me explico, sí, me explico que se diese un tiro en la sien el pobre muchacho.

Los cuatro bebedores de aguardiente, creían. Los cinco de albariño sonreían y dudaban. El tabernero negaba. Cuando todos discutían más animadamente, el tabernero de pronto se levantó de puntillas y se puso a mirar alrededor con los ojos muy abiertos. El vagabundo había desaparecido: sin pagar.

FIN

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