Miro en torno a la vidriera. No escapa ni un suspiro, una mirada en franca mejoría. Cambia el ritmo de los ruidos, como si empezara un concierto en plena calle, las frenadas, la conversación ajena, el plano argumental de las imágenes. Cruzo el pasadizo curvo. El río lleva poca agua. Está menos hediondo que en otras ocasiones. Las gaviotas entrelazan sus destinos en el vuelo y una anciana grita su hambre a los heridos vientos. Los demás se espantan, pasan, sobrepasan, oyen, desentienden, clarifican, justifican, reflexionan, imaginan otras vidas junto a ella, junto a su destino falso. Otros dejan resbalar una moneda, como fiel acopio de su honor y felonía. Es de noche cuando nos marchamos, yo con ellos, yo con todos, uno más en el fantasmagórico irreal vagón de los idiotas. No hay más rumbo que el de siempre, ni me pesa el alma sin dejar la huella. Es como terminan los cuarenta grados. Es como me acerco al puente del absurdo.
- Relato de Aciro Luménics en Seis mil relatos de ficción absurda, 1961 - del blog tierkries
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