Desde la curva, pregunté donde empezaba aquel camino, y unos cazadores me explicaron que justo donde se recortaba la silueta del sauce sobre el horizonte. Caminé hasta desollar mis pies y, al llegar al sauce, un hombre clavado en el suelo me dijo que aquello no era ningún principio, sino uno de los finales. Al descubrir mi mirada de estupor -y quién sabe si de espanto -, el hombre clavado en el suelo me recomendó que no hiciera aspavientos y que me buscara un bache resguardado y a medida antes de que se pusiera el sol. «Después-añadió-todo son prisas.» 

 - Un cuento de Pere Calders