KETCHUP


Leí en un periódico que no habría Apocalipsis. Para celebrar la buena nueva, fui al McDonald’s y pedí una hamburguesa. «Qué suerte», pensé, mientras entusiasmado, aderezaba mi hamburguesa con Ketchup «que no haya trompetas angelicales ni estrellas que caigan sobre nuestra Tierra abrasándola.» Hasta ese momento había sido un consumidor poco entusiasta puesto que vivía a la espera de la catástrofe. ¿Qué más daba el ketchup, si nos encaminábamos hacia el desastre? Ahora, sin embargo, el mundo tenía futuro. Así que me puse más ketchup porque ahora sí que valía la pena. Al día siguiente volví a tomarme una hamburguesa con doble ración de ketchup. Pero al tercer día noté que, tomando doble ración de ketchup por tercera vez, ya no estaba a la altura de mi época. El primer día iba por delante, el segundo seguía el paso de la contemporaneidad, pero al tercero ya me quedaba atrás. 
¿Ketchup doble por tercera vez? ¡Es un retroceso! 
Para no quedarme a la cola, debería ser como poco triple. Me puse, pues, una triple. Eructé un poco, pero en principio no me sentía mal. Los problemas de estómago no llegaron sino después de la cuádruple. Conseguí paliarlos con Alka Seltzer. 
Tras la quíntuple, ya ningún remedio podía ayudarme, y después de la séxtuple, me entraban náuseas sólo con pensar en la séptuple.¿Y ahora qué? El implacable avance del consumo exigía una ración séptuple de ketchup, y después una óctuple, y una nónuple, y una décuple, y así sin fin, porque ahora que el Apocalipsis había sido suspendido, el futuro no tenía ya límite. Supongamos que aguanto incluso la décuple. 
Y después, ¿qué? 
He quemado el McDonnald’s, había una vida en juego. El incendio no ha sido grande, ni punto de comparación con el Apocalipsis, pero era mejor que nada.

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