Amalfitano tenía unas ideas un tanto peculiares al respecto. No las tenía siempre, por lo que tal vez sería excesivo llamarlas ideas. Eran sensaciones. Ideas - un juego. Como si se acercara a una ventana y se forzara a ver un paisaje extraterrestre. Creía (o le gustaba creer que creía) que cuando uno está en Barcelona aquellos que están y que son de Buenos Aires o en el DF no existen. La diferencia horaria era tan sólo una máscara de la desaparición. Así, si uno viajaba de improviso a ciudades que en teoría no deberían existir o aún no poseían el tiempo apropiado para ponerse de pie y machihembrarse correctamente, se producía el fenómeno conocido como jet-lag. No por tu cansancio, sinó por el cansancio de aquellos que en ese momento, si tú no hubieras viajado, deberían estar dormidos. Algo parecido a esto, probablemente, lo había leído en alguna novela o en algún cuento de ciencia ficción y lo había olvidado.
Roberto Bolaño - la parte de Amalfitano 2666
Ya sé que puede parecer una tontería pero a menudo pienso lo mismo que Amalfitano.
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